La situación entre Alonso y Ferrari comienza a ser un poco insostenible. Desde que surgieron las contradicciones entre el asturiano y el nuevo jefe ejecutivo, Marco Matiacci, en el Gran Premio de Spa-Francochamps, Alonso no ha tenido ninguna carrera sin ningún percance mecánico, algún error en la estrategia o el fallo en boxes han propiciado los malos resultados del bi-campeón.
Antes del parón del verano, Fernando se marchó con un flamante podio en Hungría. Era cuarto en el Mundial de Pilotos, con 115 puntos, sin una avería mecánica desde Malasia 2010. Ahora es sexto, después de haber sumado 28 puntos en los cinco últimos grandes premios.

Alonso lo ha dado todo por su actual equipo y si no ha ganado ningún título ha sido por la desorganización del equipo en los momentos clave. No han sabido hacer un coche ganador, debido al conservadurismo y al miedo al fracaso. Parecen haber preferido ser segundos que arriesgarse a fabricar un coche más evolucionado y estrellarse en el intento.
Quizás ese miedo ocultaba una incapacidad para ir más allá de donde han llegado con el piloto más completo de la parrilla durante los últimos cinco años. El que conducía la máquina debía compensar las carencias de la misma.

La situación que vive Fernando en Ferrari es complicada, especialmente cuando ha perdido a tres personas que empezaron con él este proyecto inacabado. La ausencia de Domenicali, Botín y Montezemolo, en orden de cercanía, ha dejado al asturiano solo ante la mayor incógnita de su carrera deportiva.
La pregunta que se ha hecho es: ¿Serán capaces de hacer un coche ganador para 2015? La respuesta que le salía estaba bien clara: NO con mayúsculas.
Pero Fernando no es el único problema de Ferrari en cuestión de pilotos. La paciencia con Kimi Räikkönen está muy cerca de llegar a colmarse. No es tanto por sus números en pista, donde Fernando cada vez parece sacarle más tiempo por vuelta, como por otras cuestiones.
Ha trascendido un penoso episodio en el vuelo que lo trasladaba de Tokio a Moscú y en el que coincidió con gente de otros equipos y periodistas. El finlandés parece que llegó directamente de alguna fiesta y la continuó a bordo del avión, con voces y un comportamiento poco acorde al de un piloto de la Scuderia. El suceso sentó muy mal por cuanto la familia de Ferrari llegaba completamente abatida por el estado de Jules Bianchi, al que habían dejado ingresado en Yokkaichi.
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